Un tejido de lana gruesa que ha caído en agua,
pesado, blando, imposible de soportar su
forma;
así se imagina, el niño.
Rodeado de hierba olorosa y yuyos;
lloran como las viudas;
en el cuello y en su expresión dolorida;
bajo el mullido verde, a saber, ‘su cama’;
refunfuñan vapores,
atizan la selva y su cuerpo mordido
por metal por hormigas por chinches;
el niño como el tejido de lana mojado
adormece cómodo allí;
solitario por primera vez;
intenta imaginar honores, llantos,
discursos embozados de emoción.
Empaparse de sudor lo avergüenza:
Jamás sometió su fe a un clima tan denso.
Y no abrirá sus ojos otra vez por pánico;
se ha visto desenredarse por la herida,
sus fibras, sus nervios, su fe
bajo agua salada;
susurra tibio en sus labios un bálsamo;
no declinara su identidad al olvido;
teje deprisa ante el sudor y la muerte:
“¡Creer! ¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer! ¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer!
¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer!
¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer!
¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer! ¡Obedecer!
¡Combatir!”
“¡Creer!
¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer!
¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer!
¡Obedecer! ¡Combatir!”
“¡Creer!
¡Obedecer! ¡Combatir!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario