no pierdo nada ante el ocaso del mundo,
en el fondo lo que se ahoga
es sencillamente una idea inútil,
pero nada más que esto, pesa suficiente
para reducir voluntades
a cero;
es que a toda costa la debilidad educa
una confusión necesaria:
un mundo no puede ser nunca una idea;
aquí un silencio eterno;
en mi queda pensar en su apertura inferior,
en su más breve derivar de nada;
así,
no menos peligrosa resulta la idea,
sí esencialmente ordinaria y vacía,
o en el caso más trágico, pusilánime,
me despego;
al fin resisto casi con nada que no sea
mi voluntad,
descuido el permanente interés
que me obliga arrastrar un peso muerto
con forma de mundo,
de cavidad hinchada por desprecio
hacia todo lo que deviene, perece o cambia;
precisamente aquello
que no puede ser paralizado,
es dar una
vida completa al desorden
de los sentidos,
a la naturaleza de un cuerpo inagotable;
sé, que
hasta hoy te ofrecí poco más que palabras
y todo este deseo ilimitado,
sé que
algún día vas a leerme
con otros
ojos,
viviendo el
sueño iniciado
entre el brillante
desorden y una parte
siempre en renovación;
sorpresas para vos.