Mientras descendía en absoluta oscuridad,
cargado sobre su espalda como un niño;
-pregunté-
¿Es normal que no pueda mover mis piernas
o tan siquiera sentirlas?
Sin aminorar su marcha contestó mi
pregunta.
Al finalizar el descenso (que fueron veinte años)
llegamos
a una playa gris,
donde me enterró hasta la cintura.
-Entonces pregunté-
¿Qué debo esperar acá, entre estas
cenizas?
Mientras se iba contestó mi pregunta.
Satisfecho una vez más por su repuesta;
-pensé-
“El hombre que conoce su destino
no teme, no se angustia. “
Abandonado.
Pasé veinte años allí
antes de consumirme en ceniza.
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