No fue mi
infancia infortuna
–instalo aquí-
el
decorado, brío del antes,
oculto
sable en este envase adulto;
aquella
eternidad paisaje
de mi
infancia,
anidar
de
empuñados fríos,
inquietos solsticios,
de obsequiadas
vagancias
de
colosales tormentas;
y andaba
la
imaginación como pestaña
alojada en
los ojos.
No fue mi infancia
infortuna
–declaro-
mas allá de
mis dos admirables miedos;
aquellos
jinetes cabalgaban
la abisal
alteración
para todo
lo conocido;
hasta
alcanzaban sus cascos
el arroyo y
el lecho;
dos
eternidades que aúllan y laboran,
El Fuego una,
La Sinforma
la otra;
la primera
paciente a despertar
en la llama
del pasto seco
en el fogón
de algún asado
para
arderlo todo incontrolable,
sin refugio
adonde guardarme
al sinfín
de sus hogueras,
atendido
por espantosos
chillidos,
de quien espera el fósforo
que lo
quemará vivo;
la segunda
venia a mí
a visitarme
cuando
la fiebre
volaba,
ahí
disolverme
en su sinforma
oscura,
apisonado
en su piel pantano,
olvidando
mi voz
en
impenetrables poblados,
caseríos de
enfermizos ensueños
y
angustiosos espasmos.
No fue mi
infancia infortuna
-diré- que
para el gorrión
revelador
es volar;
ardía la
fiebre o la tierra
eran
aquellos los miedos
los únicos
miedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario