jueves, julio 12, 2012

Los miedos

No fue mi infancia infortuna
–instalo aquí-
el decorado, brío del antes,

oculto sable en este envase adulto;

aquella eternidad paisaje
de mi infancia, 

anidar

de empuñados fríos,
inquietos solsticios,

de obsequiadas vagancias
de colosales tormentas;

y andaba

la imaginación como pestaña
alojada en los ojos.

No fue mi infancia infortuna
–declaro-
mas allá de mis dos admirables miedos;

aquellos jinetes cabalgaban
la abisal alteración

para todo lo conocido;

hasta alcanzaban  sus cascos
el arroyo y el lecho;

dos eternidades que aúllan y laboran, 
El Fuego una,
La Sinforma la otra;

la primera paciente a despertar
en la llama del pasto seco

en el fogón de algún asado
para arderlo todo incontrolable,

sin refugio adonde guardarme
al sinfín de sus hogueras,

atendido por espantosos
chillidos, de quien espera el fósforo
que lo quemará vivo; 

la segunda venia a mí

a visitarme cuando
la fiebre volaba,  

ahí
disolverme en su sinforma
oscura,

apisonado en su piel pantano,

olvidando mi voz
en impenetrables poblados,

caseríos de enfermizos ensueños
y angustiosos espasmos.

No fue mi infancia infortuna
-diré- que para el gorrión

revelador es volar;

ardía la fiebre o la tierra
eran aquellos los miedos

los únicos miedos.


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